Estilo de Vida
Había una vez…
“…el inmigrante mira hacia el futuro,
dispuesto a aprovechar las oportunidades a su alcance”.Isabel Allende
Como me gustaría iniciar este artículo como si fuese a contarles una historia de cuento de hadas, pero la verdad tiene mucho de historia, nada de cuentos y mucho menos de hadas. Hoy cumplo un año de haber emprendido un viaje que no elegí a consciencia vivir. Un día como hoy, en 2018, llegué a Costa Rica en un viaje de paseo, con el único objetivo de visitar a mi hermana, Daniela, quien me recibió en su apartamento y me brindó todas las comodidades para que tomara aire, me renovara y cargara las baterías para volver con más ánimos. Sin embargo, tres días después de haber llegado, en una reunión con un amigo y colega, surgió una consultoría corta que me permitió “jugármela” y aprovechar el tiempo aquí.
Esa oportunidad me inspiró a tal punto que me quedé 3 meses con una maleta de ropa para 10 días, con más entusiasmo que nunca. Entre que realizaba el trabajo de la consultoría, me dispuse a moverme y hacer networking con colegas, asociaciones, espacios de coworking, empresas, cámaras, consultores independientes, referentes de la sostenibilidad en el país, entre otros lazos que fueron estrechándose en el transcurso del tiempo y gracias a la amabilidad de seres humanos extraordinarios que vinieron a mi vida para sumar.
Las experiencias de vida en paralelo se hacían sentir. Mi hermana tenía que viajar por 3 semanas y me quedé en un cuartito que alquilamos, gracias a la gentileza de quien hoy es una gran amiga. Volví a utilizar el transporte público, después de años de no utilizarlo (creo que desde la universidad), caminaba como que fuese un trabajo y me pagaran por ello; que conste, caminar no me incomoda, lo triste era que lo hacía en mocasines de trabajo o en tacones y eso me provocaba heridas en los pies, siempre andaba con una llaga nueva. Al inicio, me tocó saltarme un par de tiempos de comida, porque la cuenta no daba para eso.
Al mes, Douglas, mi mejor amigo se mudó a Costa Rica, en aras de abrirse mejores opciones; Y como mis posibilidades eran alentadoras, los profesionales aquí admiraban mi hoja de vida y se comprometían a tomarme en consideración ante futuras oportunidades. Por lo que a los 3 meses regresé a Nicaragua convencida que debía quedarme aquí. Entregué mi apartamento, vendí mis cosas y solté 15 años de vida profesional que había construido en mi país. Con la ilusión de abrirme espacios, laboralmente, en la región centroamericana.
Para ese entonces, ya teníamos apartamento con mejores condiciones y las esperanzas seguían haciendo de las suyas, pues dejé de sentirme en situación de vulnerabilidad, asumo que empezaba a respetar mi realidad. Además, estaba acompañada, física y en la distancia, lo cual era un gran alivio. Conté con muchas personas maravillosas a quienes les agradezco desde el alma.
Cuando una pasa por lo que yo pasé, la vulnerabilidad es una constante, si bien ya no pasaba hambre, mis limitaciones eran muchas. Ni por cerca vivía con las comodidades o la calidad de vida a la que estaba acostumbrada, la que me había construido sola, trabajando desde los 17 años. Emocionalmente era como que algo se había quebrado por dentro, empecé a vivir el impacto del desapego, aplicado a lo material y a lo personal, pues todos los que amaban no estaban cerca, la red de apoyo construida se había quedado allá… la sensación de vacío era gigante, y solo la igualaba en tamaño el gran deseo de salir adelante.
Hubieron momentos de gran debilidad, todavía lo pienso y me pregunto ¿Cómo le he hecho este año para sacar fuerzas y seguir? Y quienes me conocen saben que me caracterizo por mi buen humor, por mi actitud asertiva y las ganas de crecimiento personal. Pero ¿Cómo le hace uno para sonreír y tener ganas de vivir si lo que se pasa es tan caótico y triste? Eso en lo interno, ahora súmele los cuestionamientos que se reciben cuando uno decide tomar ciertos riesgos en su vida y jugársela. De pronto empecé a pasar mucho tiempo a solas, porque me era insostenible compartir y tener que dar explicaciones, o responder preguntas a las que ni yo sabía cómo contestarme.
Las oportunidades laborales empezaron a fluir, cerré el año con una consultoría y empecé el año con un nuevo puesto de trabajo. Mismo que 2 meses después resultó ser todo un fraude. Sí, eso también fue otro aprendizaje, la gente cree que, por la condición de migrante, deberías regalar tu tiempo o devaluar tu hoja de vida profesional, como si te hicieran un favor al contratarte, porque “es mejor estar ocupado, que haciendo nada en tu casa”, como me dijeron una vez.
He vivido de todo, he creado ofertas de trabajo que nunca se concretaron, pero que sirvieron de base para gestionar fondos y ganar licitaciones, en las que termino sin participar. He ido a una cantidad de entrevistas de trabajo (de las que han salido intensos con otras intensiones), y ni hablar de los eventos en los que he participado o los correos que he enviado. Cada vez me convenzo que este año he ganado la sabiduría de saber diferenciar que las referencias profesionales no son una etiqueta para uno como individuo, que tu valor personal es indiscutible, y no es negociable.
Sin ganas de forzar las cosas, me empecé a ocupar y atenderme, aprendí a hacer yoga y a meditar, entrenaba en mi apartamento, leía como loca, miraba documentales y escuchaba podcast sobre sostenibilidad, crecimiento social, desarrollo local, empoderamiento femenino, entre otros. Y aunque sentía culpa, gracias a esa “creencia limitante” de que si no materializas lo que haces en un buen salario no sos exitosa, lograba liberarme de ese pensamiento recurrente y darme mi espacio de paz.
Hace unos meses, gracias al trabajo que resultó un fraude, tuve el regalo más grande que podía experimentar. Mi hermana, Daniela, volvió a Costa Rica y empezamos a vivir juntas. La última vez que habíamos vivido bajo el mismo techo ella tenía 13 añitos y yo 19, ambas tenemos personalidades muy diferentes y creo que algún temor había de volver a convivir. Sin embargo, ha sido maravilloso. De Daniela he aprendido a tener calma, a reconocer mi valor personal y profesional, a decir no cuando la oferta no se ajusta al mínimo negociable, a dejar el sentimiento de culpa, a jugar el rol que quiero no el que “debo”. Ella ha sido mi mejor mentora, aunque creo que aún no lo sabe… ji ji ji
Y para mi sorpresa, justo hoy, me han confirmado como instructora de una Cámara Nacional en temas de sostenibilidad y responsabilidad social. En el contexto profesional, me encuentro desarrollando un Proyecto Comunitario al que hemos llamado: “Mentes en Crecimiento”. Estoy certificándome con John Maxwell Team y soy mentora en liderazgo de Voces Vitales. Y sigo avanzando en mi meta de posicionarme como consultora internacional en Centro América.
El año no ha sido fácil, pero el reto me llena de una satisfacción inexplicable. Los cambios son innegables, soy una mejor persona hoy en día. Me siento más en armonía conmigo, con mi centro y mis emociones.
Si de pura casualidad, estas viviendo una circunstancia como la que he vivido yo, te pido te cuidés, no te abandones, ten la mayor de las paciencias para vivir el proceso, un día a la vez, haciendo lo que está a tu alcance y dejando pasar los pensamientos que no abonan a tu fortalecimiento emocional. El día menos pensado, todo empieza a cambiar. Mantengamos viva la fe en nosotros(as) mismos(as)…
…y para mí, ¡Gracias por 1 año más de crecimiento personal!